Dos tierras

A veces consigo despertar en México, en conversación con mi esposo hablamos sobre ir al Castillo de Chapultepec y mi mente planea el siguiente fin de semana para hacerlo pero, en ese momento, durante la conversación, entre el paseo por el parque y aceras, la realidad me reclama. 

Veo las blancas pieles que pasan a mi alrededor y la evidencia se vuelve un golpe, ¡estoy en un país ajeno! 

Hay en eso calma y terror. 

Caigo en la cuenta de que éste comienza a ser mi hogar, que voy digiriendo con normalidad. Empiezo a sentirme en casa cuando supongo lugares conocidos a mi alcance. 

El terror viene cuando me descubro a horas de distancia de esos lugares. 

Fue una sensación, no una verdad. 

Y entonces replanteo otra ruta, tal vez otro castillo, otro museo, otro restaurante… pero no en México. 

Una doble cara, la trampa de la normalidad, la alevosía de los pensamientos, la consecuencia de mis decisiones. 

Esa sensación de hogar, pero ni tanto porque no lo es, y yo, entre dos tierras, una que comienza a sujetarme y otra que no deja de hacerlo.


Sil

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